Invaden patios, huertas y jardines, los agricultores no quieren saber nada de ellas, pero la mayoría son comestibles y muy nutritivas. Aquí mostramos cómo distinguirlas e hicimos una selección de las más comunes.
Germinan sin que nadie se los pida, crecen contra viento y sequía, aparecen por derecho propio en jardines, plazas y veredas, pero casi nadie las valora. Por eso se las llama malezas, hierba supuestamente mala que llega sin permiso, invadiendo delicados pastos o trabajados huertos, irrumpiendo la civilización con sus pinchudas hojas o gruesos tallos. Cuánta gente se ha roto la espalda arrancándolas de raíz, tardes de domingo completas tratando de expulsarlas de sus patios, sin saber, seguramente, que más que estar quitando algo indeseado de su terreno, lo que hacen es perder una oportunidad de nutrirse gratuitamente.
En promedio, la humanidad se alimenta con 110 especies vegetales, un número que parece alto dicho en solitario, pero que en realidad es ínfimo —apenas el 0,5%— si se lo compara con las más de 20.000 plantas que se han identificado como comestibles. Entre ellas, muchas de las que luchamos por eliminar de nuestra vista, como la ortiga o el cenizo.
“Entre las malezas, alrededor de un 30 a un 40% son comestibles” ha dicho el biólogo argentino Eduardo Rapoport, uno de los principales investigadores y promotores del consumo de plantas silvestres. “Y de las 18 malezas más agresivas del mundo, por su difusión y crecimiento, 16 de ellas se pueden comer”.
No se trata de andar aliñando cualquier cosa que crezca del suelo ni de sustituir la lechuga costina por la mata que se asoma detrás del paradero. Pero sí es posible identificar ciertas hierbas, sobre todo las que crecen en nuestros propios espacios, y aprovechar sus beneficios.
Por ejemplo, y según datos de la Secretaría de Agricultura de Estados Unidos (USDA), las hojas del diente de león, la conocida maleza cuya esférica flor se deshace en un soplido, contienen más hierro que la espinaca, el doble de vitamina C que la lechuga y más calcio que la leche. O las del llantén, que están plagadas de vitamina A y de ácidos grasos esenciales de la serie w3.
Solo hay que saber distinguirlas, poner atención y cuidado de dónde se obtienen y conocer las mejores maneras de prepararlas y consumirlas. Considerando la alza de los precios de todos los alimentos, y lo difícil que es encontrar variedades de verduras en supermercados y almacenes, echar mano a las malezas no debería ser visto como algo indigno sino todo lo contrario: una manera inteligente, barata y sustentable de nutrirse, que además propicia una relación más estrecha y atenta con los seres que nos rodean.
Leer antes de comer
Como sugieren en Plantas silvestres comestibles y medicinales de Chile y otras partes del mundo, una guía de campo escrita por las biólogas Lucía Abello, Francisca Gálvez y Sebastián Cordero, hay que tomar importantes precauciones antes de consumir una maleza.
La más importante, dicen, es que “si no se tiene completa certeza de la identidad de la planta que se pretende recolectar, es preferible no hacerlo”. Muchas especies que se parecen entre sí tienen efectos opuestos, algunos de ellos tóxicos, por lo que ante la duda siempre es mejor abstenerse. También hay que fijarse bien de que no provengan de sitios contaminados, como basurales, orillas de carreteras o cursos de agua sospechosos, ya que varios vegetales son capaces de retener en su interior compuestos que pueden ser perjudiciales.
Otra advertencia es informarse bien respecto a las porciones y la frecuencia, ya que algunas malezas que son ricas en vitaminas o minerales tienen además algunos antinutrientes. Es el caso del oxalato, una sustancia que al unirse con el calcio, si se consume en altas dosis, puede generar la aparición de cálculos renales. Tampoco conviene guiarse solo por el olor o el aroma de una especie, características que no garantizan una buena digestión. Para información más detallada, aquí se puede revisar la guía online.
Ortiga (Urtica urens y Urtica dioica)
Debe ser la maleza más común en patios y jardines, distinguida no solo por el volumen de sus aserradas hojas verdes, sino principalmente por la urticaria que produce al tocarla, una picazón intensa que dan más ganas de quemarla que de comerla, aunque sus propiedades son numerosas.
Contiene una alta concentración de clorofila y hierro, es antialérgica, antiinflamatoria, purificadora de la sangre, diurética, y sobre todo potente calmante para problemas artríticos y reumáticos. Las hojas son una buena fuente de calcio, potasio, aminoácidos esenciales y ácido ascórbico, que conviene comer cocidas, idealmente en estado tierno.
Se recomienda, eso sí, ingerir no más de 10 g diarios y máximo 100 g a la semana, para evitar efectos no deseados, y no consumirla durante el embarazo.
Diente de león (Taraxacum officinale)
Debe ser la maleza favorita, ya que a pesar de invadir céspedes y huertos, alegra cualquier paseo al cortarla y soplar sus flores secas. Lo que no todos saben es que además se puede consumir de distintas formas.
Es posible usar su hoja cruda, que es un poco amarga, como parte de una ensalada, ya que comparada con la lechuga tiene tres veces más proteína, cuatro veces más hierro, seis veces más contenido de tiamina (vitamina B1), casi tres veces más riboflavina (vitamina B2) y doce veces más vitamina A. Lo ideal, dicen los libros, es usar las hojas tiernas y tempranas, antes de la floración; si son maduras, más conviene cocerlas y agregarlas en sopas, guisos o croquetas.